La fea verdad es que “pro-palestino” ahora significa antisemita
The New York Times y los judíos de izquierda se han indignado por el proyecto de la Heritage Foundation de realizar un esfuerzo nacional para combatir un movimiento organizado de odio a los judíos.

Personas protestarndo contra el Proyecto 2025 frente a la Fundación Heritage en Washington, D.C.
Para grupos como Jewish Voice for Peace, el Nexus Project—y su barra de animadores en The New York Times—lo que está haciendo la Heritage Foundation equivale, básicamente, al fin del mundo. Este centro de pensamiento con sede en Washington ha sido el blanco central de una serie de teorías conspirativas que afirman que "la democracia está condenada al fracaso" y que han sido difundidas por la izquierda estadounidense durante los últimos tres años.
Pero la acusación actual contra Heritage no tiene que ver con el Proyecto 2025, su intento de establecer una agenda general para lo que terminó siendo la Administración Trump 2.0, tal como lo intentan siempre instituciones de ambos extremos del espectro político.
En cambio, ahora está siendo demonizada por tratar de hacer algo frente al aumento sin precedentes del antisemitismo en Estados Unidos, que se ha desatado desde los ataques liderados por Hamás en el sur de Israel el 7 de octubre de 2023. El Proyecto Esther de Heritage es un intento de abordar una crisis que no solo afecta a los judíos, sino al país entero—una crisis que la Administración Biden-Harris y gran parte del establishment judío estadounidense no solo no lograron enfrentar exitosamente, sino que en gran medida ignoraron.
El informe del Proyecto Esther fue publicado por primera vez en octubre, semanas antes de las elecciones presidenciales. Fue el centro de un gran reportaje de la periodista de investigación nacional del Times, Katie J.M. Baker, y dejó claro su sesgo desde el título del extenso artículo publicado el 18 de mayo: “El grupo detrás del Proyecto 2025 tiene un plan para aplastar al movimiento pro-palestino”, acompañado de un video que lo resumía.

JNS
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JNS (Jewish News Syndicate)
El Proyecto Esther y Trump
La premisa del reportaje es que el Proyecto Esther de Heritage es el guion que ha seguido la Administración del presidente Donald Trump en sus esfuerzos por abordar los ataques a estudiantes judíos en los campus universitarios por parte de turbas pro-Hamás desde el 7 de octubre. Más aún, el artículo afirma que tanto Heritage como Trump no están realmente interesados en combatir el antisemitismo. En cambio, alega que ven la situación en el ámbito académico como una oportunidad para desplegar tácticas autoritarias que servirían de modelo para subvertir la democracia en todo el país.
Para sostener ese argumento, hay que aceptar tanto la terminología como la premisa de quienes han organizado las manifestaciones, campamentos y tomas de edificios por parte de estudiantes, profesores, administradores y agitadores externos que corean consignas a favor del genocidio judío (“Del río al mar”) y del terrorismo anti-judío (“Globalizar la intifada”), como si no fueran antisemitas. Según el Times, el respaldo masivo a las masacres, violaciones, torturas, incendios, secuestros y destrucción indiscriminada del 7 de octubre—y la oposición a los esfuerzos de Israel por erradicar a los terroristas de Hamás y otros responsables de esas atrocidades—no es más que activismo “pro-palestino”. Los actos de violencia y los objetivos abiertamente antisemitas, incluida la destrucción de Israel y el genocidio de su población, además del lenguaje que utiliza este “movimiento”, son racionalizados de manera absurda como expresiones de idealismo y defensa de los derechos humanos.
Así es como el Times define “pro-palestino”. Y el apoyo generalizado a eliminar el único Estado judío del planeta se presenta como mera “crítica” a Israel.
Según el periódico, cuya cobertura fue replicada por medios de extrema izquierda como Democracy Now y el canal islamista Al Jazeera, la oposición tanto de Heritage como de la Administración a la toma de los campus por parte de quienes creen que la discriminación contra los judíos—pero no contra otros grupos minoritarios como afroamericanos o hispanos—es una indignante tentativa de subvertir la democracia.
¿Quién amenaza realmente a la democracia?
Ese discurso suena familiar. Desde 2022, la prensa liberal ha intentado convertir en anatema a los académicos de Heritage. Por el simple hecho de imaginar lo que una próxima Administración republicana podría hacer para revertir la marea izquierdista y woke que amenaza con reemplazar los valores de la civilización occidental y la república estadounidense—el núcleo del Proyecto 2025—fueron falsamente acusados de tramar un complot para sustituir la democracia americana por una nueva forma de autoritarismo trumpista.
El Proyecto 2025 fue uno de los principales temas de ataque de los demócratas durante la campaña presidencial del año pasado, y evidentemente asustó lo suficiente a la campaña de Trump como para que él se desvinculara repetidamente de dicho plan. Técnicamente, sus desmentidos fueron completamente verídicos. El proyecto de Heritage fue lanzado cuando aún no estaba claro que Trump sería el candidato presidencial del Partido Republicano en 2024. En ese momento, muchos de los que aplaudieron el esfuerzo podían haber imaginado fácilmente que algunas de sus propuestas serían implementadas por el gobernador de Florida, Ron DeSantis, quien—como ha señalado el Times—ya había defendido a estudiantes judíos y combatido la ideología woke que alimenta el antisemitismo en su estado.
La campaña de Trump no participó en lo que publicó Heritage. Pero la agenda que este centro esperaba que el próximo presidente republicano adoptara estaba completamente alineada con la visión de Trump sobre las fuerzas internas y externas al Gobierno que tanto socavaron su primer mandato, así como con lo que debía hacerse para frenar la toma del sistema educativo estadounidense por parte de los llamados “progresistas”.
Una vez que ganó las elecciones el año pasado y comenzó un segundo mandato decidido a revertir el dominio liberal del Estado administrativo y la forma en que el catecismo woke de diversidad, equidad e inclusión (DEI) estaba dañando a la sociedad y al gobierno estadounidense, no fue sorprendente que actuara sobre algunos de los mismos principios esbozados en el Proyecto 2025.
En cuanto a educación, el Proyecto Esther de Heritage ofrece un plan para negar fondos federales a escuelas que violen la ley permitiendo la discriminación racial relacionada con DEI y el antisemitismo alimentado por los mismos mitos tóxicos de la izquierda sobre teoría crítica de la raza, interseccionalidad y colonialismo de asentamiento que falsamente etiquetan a los judíos y al Estado de Israel como opresores “blancos” de “personas de color”.
El auge del odio a los judíos en los campus es el resultado directo de estas ideas. También lo es la forma en que financiadores y estudiantes extranjeros han contribuido a esparcir esta guerra ideológica contra Israel y sus partidarios judíos.
Redefinir el antisemitismo
Lo más interesante de las críticas al Proyecto Esther y a los esfuerzos de Trump por combatir el antisemitismo es cómo sus opositores enmarcan el tema como un intento autoritario de reprimir a supuestos “críticos” razonables e incluso idealistas de Israel. Esa es la esencia del artículo del Times: se permite que grupos que se oponen directamente a denunciar a los antisemitas posen como representantes de la opinión judía ilustrada. Que Jewish Voice for Peace, grupo que ha expresado antisemitismo abiertamente, incluyendo libelos de sangre, y se opone a la existencia de Israel y a su defensa, sea citado en estos términos es tan grotesco como engañoso.
Lo mismo ocurre con el uso del Nexus Project por parte del periódico, un grupo que ha intentado redefinir el antisemitismo en oposición a la definición de trabajo ampliamente aceptada promovida por la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto, con el fin de permitir que los enemigos de los judíos aboguen por la destrucción de Israel sin ser calificados como promotores del odio.
El objetivo de este argumento es legitimar el antisionismo e intentar convencer falsamente de que no es lo mismo que el antisemitismo.
Eso es algo que los enemigos de los judíos repiten constantemente, pero no resiste el escrutinio. Basta con decir que si estás dispuesto a negar a los judíos derechos que nadie se atrevería a negar a ningún otro pueblo—como el derecho a vivir en paz y con soberanía en su tierra ancestral y a defenderse—entonces estás incurriendo en discriminación.
Igualmente deshonesto es cómo el Times ridiculiza el hecho de que el Proyecto Esther se refiera a una “red de apoyo a Hamás” y a “organizaciones pro-Hamás” como Jewish Voice for Peace y Students for Justice in Palestine, otro foco de invectivas y objetivos antisemitas.
Al hacerlo, Heritage simplemente está siendo honesto sobre esta red de personas y organizaciones dedicadas al desmantelamiento de Israel, la negación de los derechos y la historia judía, y la intimidación activa, silenciamiento e incluso violencia contra judíos estadounidenses, como se ha visto en cientos de campus en los últimos 19 meses.
Al denunciar a estos infractores—cuyas actividades jamás serían toleradas, y mucho menos alentadas por las universidades si fueran dirigidas contra cualquier otro grupo minoritario—Heritage y Trump simplemente están exigiendo que se aplique la ley que prohíbe financiar a instituciones que violen el Título VI de la Ley de Derechos Civiles de 1964. Y con razón desean que las instituciones académicas rechacen las enseñanzas tóxicas que normalizan esa conducta aberrante y ese odio. Adoptar tal posición no tiene nada que ver con suprimir la libertad de expresión ni con destruir la democracia, y cualquier afirmación contraria es un intento de confundir el debate y proteger a los antisemitas y partidarios de un grupo terrorista.
Manipular a los judíos
Sin embargo, para los llamados progresistas, esto no es más que el inicio del autoritarismo trumpista de derecha. Para desacreditar a Heritage, quienes apoyan este auge antisemita están tratando de manipular al país, haciéndonos creer que quienes intentan defender a los judíos son los verdaderos antisemitas.
Esa es la esencia no solo de la cobertura sesgada del Times sobre este tema, sino también de los escritos de algunas de sus columnistas de izquierda, como Michelle Goldberg. Ella no ha ocultado su propia versión de la “crítica” a Israel, que no solo consiste en etiquetar falsamente a su Gobierno democráticamente electo como autoritario, sino en invocar una oposición al sionismo y a su existencia como Estado judío. En una analogía impactante, Goldberg afirma que quienes están detrás del Proyecto Esther, como la admirable académica de Heritage Victoria Coates, son de algún modo similares a los antisemitas del pasado, como quienes promovían el apaciguamiento de los nazis, como Charles Lindbergh.
Lo que Goldberg ignora de forma deshonesta es que organizaciones como Heritage, e incluso líderes como Trump, son quienes están luchando por salvar “la cultura liberal que permitió a los judíos prosperar” en Estados Unidos, no los “pro-palestinos”. Son progresistas como ella y otros antisionistas quienes buscan destruir esa cultura y reemplazarla con ideologías izquierdistas woke que, como hemos visto desde el 7 de octubre, justifican y toleran el antisemitismo.
Parte de esa estrategia consiste en difamar a los cristianos que apoyan a Israel como si fueran antisemitas que solo desean provocar el Armagedón, como lo hizo Nancy Kaffer, editora de opinión del Detroit Free Press, quien repitió el vergonzoso ataque del Times contra el Proyecto Esther, sugiriendo que estaba vinculado al odio antijudío.
Reducido a su esencia, la crítica de la izquierda consiste en estar dispuestos a considerar como malas personas a quienes se oponen al asesinato, la violación y el secuestro de judíos, y a la destrucción del Estado judío. Al mismo tiempo, pretenden hacernos creer que los defensores “pro-palestinos” no odian a Israel ni a los judíos, aunque celebren o racionalicen el 7 de octubre y se opongan a los esfuerzos por evitar que Hamás repita sus crímenes.
La etiqueta “pro-palestino” es igual de deshonesta.
Cualquiera que desee el bienestar del pueblo palestino querría liberarlo del dominio de islamistas como Hamás, un grupo terrorista que predica una guerra sin fin contra los judíos e Israel. Los verdaderos amigos de los palestinos desearían la destrucción de Hamás y exigirían que libere a todos los rehenes que tomó el 7 de octubre y que se rinda. Quienes deseaban el bien del pueblo alemán en 1945 no habrían pedido un alto el fuego con los nazis que permitiera al régimen de Adolf Hitler sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial, sino que habrían impulsado una rápida victoria aliada que permitiera reconstruir ese país como una democracia. Sin embargo, eso es exactamente lo que están haciendo los críticos del Proyecto Esther en el Times y otros lugares, con respecto a los asesinos de bebés y criminales de Hamás, así como con su oposición a la campaña justificada de Israel para derrotarlos.
Defensores del genocidio
En este contexto, está claro que el significado funcional de “pro-palestino” en los Estados Unidos de 2025 no tiene nada que ver con el bienestar de los residentes de Gaza. Un “pro-palestino” es ahora alguien que se opone a la existencia de Israel y apoya, ya sea abiertamente o de manera tácita, la guerra asesina de Hamás para destruirlo. Aunque engañosamente acusan a Israel de perpetrar un genocidio contra los árabes palestinos, son ellos quienes están abogando por el genocidio de los judíos israelíes.
Es un hecho lamentable que el nacionalismo palestino —ya sea en la versión representada por Hamás o en la igualmente intransigente que exhibe la Autoridad Palestina— esté inextricablemente ligado a una guerra contra los judíos que lleva un siglo y que se niegan obstinadamente a terminar. Lo mismo aplica a quienes los apoyan desde lejos, etiquetando la existencia de Israel como ilegítima. Sería mejor para todos que no fuera así. Pero ahora es innegable que quienes se autodenominan “pro-palestinos” son indistinguibles de los antisemitas, tanto en su retórica como en sus intenciones.
Los judíos liberales que rechazan a Trump por afinidades partidistas y que desconfían de Heritage por las mismas razones no deben dejarse engañar por el esfuerzo de convencerlos de rechazar el Proyecto Esther y la muy retrasada aplicación de la ley por parte del gobierno para proteger a los estudiantes judíos. El Proyecto Esther no es una amenaza conspirativa para la democracia. Por el contrario, es un llamado urgente y necesario para liberar a las universidades del odio antijudío, y merece ser aplaudido por quienes se preocupan por la seguridad judía. Sus opositores son un peligro claro y presente para la vida judía, y deben ser nombrados como lo que son: aliados y compañeros de viaje de un movimiento proterrorista que busca el genocidio de los judíos.